El amor de Delia no conocía límites, fue una católica devota y su generosidad se manifestaba en actos cotidianos. Siempre estaba dispuesta a tender una mano amiga a sus vecinos, amigos cercanos y un apoyo inmenso a su hijo y nietos. Ya fuera en momentos de necesidad, alegría o tristeza, la Sra Delia estaba allí para apoyar y reconfortar a quienes la rodeaban, compartir un dulce de coco, o un dulce de lechosa, una bebida de Carato, una sopita caliente o un guarapo de hiervas caceras, la cortesía siempre fue reciproca para con sus allegados. Su legado de empatía y solidaridad sigue vivo en el corazón de quienes tuvieron el privilegio de conocerla.

A lo largo de su vida, Delia se enfrentó a diversas dificultades, viuda con un hijo adolescente, pero siempre encontraron la manera de superarlas. A sus 80 años, se graduó de la primaria, fue su primer título académico, un hito que refleja su inquebrantable determinación y amor por el aprendizaje. Sin embargo, su pasión por la educación no se detuvo en su propia formación. Delia también dedicó parte de su vida a enseñar a leer, escribir, sumar y restar a numerosos niños, ya sean los hijos de sus familiares, de amigos o los hijos de los vecinos, siendo sus cuatro nietos los últimos en aprender de ella. A pesar de carecer de títulos académicos en su temprana edad, sus enseñanzas han contribuido al éxito profesional de muchos de sus alumnos.

Uno de los muchos talentos de Delia era su habilidad para tejer hermosos manteles. La venta de estos manteles, o de bebidas y dulces que elaboraba con esmero, así como la venta de productos de limpieza, se convirtió en una fuente de ingreso adicional para su sustento y apoyo a su hijo, especialmente, para un humilde y valeroso aporte a la educación académica de sus nietos. Este acto de amor y esfuerzo, plasmado literalmente en cada puntada de sus manteles, manifestaba su profundo deseo de asegurarse de que sus seres queridos disfrutaran de un futuro prometedor.